viernes, 27 de abril de 2012

1. Siempre supe que es mejor, cuando hay que hablar de dos, empezar por uno mismo.

No quiero ser mal educada, así que...  por consiguiente os contaré que...vine de un parto hará unos cuantos años. Era noviembre y, la verdad es que no recuerdo si hacía mucho frío pero... nací. O eso dicen. Y ese mismo día, en Sabadell, mis padres se dieron cuenta de un rasgo bastante característico de mi personalidad: soy una impaciente. No me tocaba venir al mundo hasta unos meses más tarde. Así que me dejaron dentro de una incubadora. Mi primera casa fue una burbuja de cristal, rodeada de bebés prematuros. Un lugar tranquilo y sólo para mí. Lo más parecido a una Isla Paradisíaca que he vivido en mi vida. Permanecí allí hasta el mismísimo día de los reyes magos.

Por motivos laborales, mis padres se vieron obligados a inmigrar hacia el norte, como todo aquel que pretende sobrevivir en la Península Ibérica. Por suerte, meses más tarde de aquel suceso, - en que nací - volvieron a su tierra natal: una pequeña ciudad de Andalucía. Nuestra casa, era algo parecido a un castillo donde la princesa espera ser rescatada por su bello príncipe azul. Tenía una habitación enorme sólo para mí, un pastor belga albino. - Mi mayor afición era montarme en su lomo e imaginar que eramos vaqueros luchando contra los malos. (Pero crecí, y la perra ya no podía conmigo) - También teníamos un conejo, Filomeno, y un patio andaluz que en primavera siempre olía a Jazmín y Azahar. A veces el naranjo se llenaba de avispas y mi padre no podía pasar por delante porque siempre le han dado alergia las picaduras. Cuando tenía que salir por aquella zona, mi instinto familiar, intuitivo y protector se afilaba y engrandecía. Controlaba cada avispa e imaginaba tener poder para crear alrededor de mi progenitor una esfera de Autan que lo mantuviese al márgen.

Por consiguiente, la imaginación fue otro de los rasgos que no pasaba desapercibido.

Por las mañanas, si mal no recuerdo, me encantaba coger el triciclo y pedalear hasta la casa de mi abuela. La que, hasta hoy en día, sigue oliendo a comida desde primera hora de la mañana. ¡Y qué delicia! Está justo en frente de un colegio y más de una vez le han llamado la atención a la mujer por embriagar la calle de aromas tan suculentos.

Encarna, de vieja escuela. Impaciente como su nieta y cabezota, con sentido del humor y exceso de energía corporal. No le tocó una vida fácil y, aunque a veces piense que su mentalidad es muy antigua, es más moderna de lo que cree saber.

 En fin, las cosas buenas no duran mucho tiempo, así que permanecimos allí por poco más de dos años. El futuro estaba lejos, y mis padres, tendrían que salir a buscarlo otra vez. La buena noticia es que ya sólo estaba a 450 km. Pongamos que hablo de Madrid. Y aun seguimos aquí, después de demasiados años. La siguiente alegría que os cuento es que, básicamente, compartimos el año entre las dos tierras. Por una parte, Madrid es nuestro lugar de trabajo. Por la otra, aquella ciudad cordobesa, nos permite desconectar de la rutina, el ruido, las luces, la ausencia de estrellas, la frialdad del gentío, el tráfico, las ambulancias, helicópteros, la campana de contaminación, los precios altos, el glamour, el transporte público... Son dos formas diferentes de vivir. De cada lugar se aprende. Y estoy orgullosa con todo lo que me han enseñado. Sin embargo, al igual que mis padres, creo que mi futuro está lejos de aquí y lo tendré que buscar. Pero no sintáis pena. Ya... os contaré en otro momento.


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